domingo, 29 de mayo de 2011

Un Funeral


El día de mi funeral, un día como cualquiera para muchos, un día como pocos para los que realmente me amaron y estimaron. Ese día espero que sea un día nublado, lluvioso, digno de mi muerte. Mi funeral tendrá brisa de nostalgia, con destellos fúnebres que cobijarán los árboles y plantas de mi predilección. Todos tendrán sus ropas negras, mi color favorito, y me acompañaran hasta el lugar donde mis cenizas descansarán; ya que yo no deseo un entierro de cuerpo entero. El cielo se pondrá de acuerdo con la lluvia para que esté ruborizada de tantas lágrimas que tiran las nubes a la tierra donde seré depositada. Sé que irá poca gente, ya que es poca gente la que amo y me ama. Los que mejor me conocieron estará felices de que mi partida haya sido con un clima tan hermoso como en el que se encuentran y sabrán que amé lo tétrico y nublado más que ese típico día que adoran las personas “normales”, llenos de un sol harto en calor y sudor insoportable. No... Mi funeral será más húmedo que cualquier invierno y los seres que me acompañan estarán a gusto por dicha estación pues sé que ellos también se quedan prendados por la belleza de las gotas que rodean los días hermosamente tempestuosos. Hablarán de mí como una persona que fue poco comprendida y tan especial a la vez. Hablarán de la intelectual misántropa que escuchaba música clásica todas las noches, que prefería leer un buen libro más que ir a una fiesta en la que los sentidos se pierden bajo copas de alcohol e hipocresía. Si muriera en este año, hablarían de mí como la personas tranquila e irónicamente extrovertida con sus amigos, los pocos que por ellos día a día se desvivió por verles una sonrisa o escuchándolos. Consuelo fue para ellos una mujer que vivió pensando que podría llegar a ver un mundo de belleza caricaturesca, irreal. Hablarán de una Consuelo que repartió consuelo a todos los demás, menos para sí misma.