sábado, 18 de septiembre de 2010


A veces no comprendo cómo el clima cambia tan drásticamente o se mezcla con otros climas que no tienen nada que ver con los mismos. Ejemplo de esto que digo es el día de hoy. Está nublado, pero hace mucho calor. Mi madre dice que eso se debe a que pronto lloverá. Y como los conocimientos de mi madre acerca de la vida son más amplios que los míos, le creeré. Veo por el cristal de mi ventana como las nubes de lluvia, tan regordetas y oscuras, se amontonan sobre el sol, tratando de impedir que sus rayos entren a la tierra, imponiendo su dominio. Ojalá las nubes tuvieran su propio dominio sobre la tierra, tal vez yo viviría en ese lugar. ¿Se imaginan un lugar donde siempre estuviera entre silbidos de viento y olores a tierra mojada? Sería delicioso...
Tal vez debería irme a vivir a los Países Bajos o Reino Unido. Quien sabe, algún día podría cumplirse esto.
¿Por qué a veces sentimos que no merecemos las cosas? Puede que sea la pregunta que más me hecho en las últimas semanas. Y no es que me quiera ver como una persona modesta, pero la felicidad a tocado mi vida de una manera peculiar. Por lo que disfruto mi existencia y, a pesar de que nunca me lo tomo tan en serio, la estoy viviendo como supongo la gente normal y plena debe vivirla. Mas aun siento como un estilo de inseguridad que me delata, pues este estado en el que vivo es extraño. Es como suavidad de algodón sobre mis dedos, leche tibia en mi boca, un caramelo que no es dulce, una alegría que no me fastidia. ¿Plenitud? No lo sé, pero puede que esté cerca de encontrarme con algo parecido a esa emoción. No quiero estar cuestionándome todo el tiempo si merezco tenerlo, después de todo lo que hemos vivido: alegrías, decepciones, tristezas, locuras, tonterías. Pero supongo que si está conmigo era por que tenía que terminar así. De haber sabido que todo el sufrimiento pasado sería como el camino difícil para llegar a lo que tengo ahora, seguramente ni siquiera hubiéramos disfrutado tanto el atardecer que vimos sentados en un camellón, en el que parecíamos dos sombras imperceptibles para los transeúntes, imaginándonos que aquel lugar serían las cuatro paredes de un futuro departamento compartido: cielo, tierra, edificios, pavimento; cubierto por las nubes rojizas, el cielo oscuro y cenizo, el viento frío que nos recordaba que ¡vivimos! y no somos dos seres más que caminan sin sentido alguno.
¡Vaya!, saliste de mis sueños más bizarros para ser una realidad-

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